Vampiros de la Súperpop, así son los vampiros de la famosa saga 'Crepúsculo'. Me confieso adicta a estos personajes nocturnos que tanto de moda se han puesto entre los quinceañeros. Me enganché al amor adolescente de 'The Vampire Diaries' y a la atmósfera rockabilly de 'True Blood'. Os juro que hubo noches en que pensé que estas criaturas de la sangre resurgirían para morderme la yugular desde debajo de la cama. Pavor y obsesión, en una misma palabra.
Creo que fue a la mañana siguiente cuando vi el libro de Bram Stoker en mi estantería y me dije... Shame on you, Maribel, no tienes ni idea de dónde salió el género que tanto te mortifica. Abrí página y empecé a leer.
El clásico de este escritor dublinés, a pesar de ser centenario tiene una narración de lo más moderna. El relato se construye a través de retazos (cartas, diarios, periódicos) y miradas de los personajes. Ajustando la forma de escribir a las distintas personalidades, cada uno se enfrenta al misterio desde una mirada que se inquieta en caprichosa forma.
El lenguaje no resulta antiguo, es más, la lectura es sorprendentemente ágil y las descripciones son rara vez densas o extenuantes. Lejos quedaron aquellos vampiros musculados que te hacían dudar si huir o caer en sus brazos para que te hagan presa de sus artes amatorias. El Conde Drácula, el de verdad, es feo y repugnante. A veces coge forma de lagarto y trepa por tu ventana, ahí lo dejo.
Así lo imaginó quien dio por fin forma literaria y concierto al clásico de la literatura vampírica: la mente del niño Bram. Dicen por ahí que esta oscura inspiración le venía de juguetear con los demás niños en un curioso parque: el cementerio de su barrio de Dublín.
Terrorífico, ¿no?
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